domingo, 9 de enero de 2011

30 de diciembre de 2010

A un día de haber llegado no tengo muy claro cómo son los australianos, tal como me pasó co los parisinos. Nos despertamos de madrugada a las 5. Sin poder volver a dormir, decidimos levantarnos e ir al mercado, lo que hicimos a las 6. Había ya bastante movimiento en la calle, el mercado es bonito, limpio y surtidísimo, aunque hay palomas. Es caro vivir, comer y hasta tomar agua, es ridículo que sea más barato tomar cocacola.
Estoy en el aeropuerto esperando el vuelo a Bangkok y acaban de decir que viene con tres horas de retraso. Estamos desde las 11 de la mañana acá, el vuelo era a las 14 y vamos a partir a las 17, horror! pero es obvio que este tipo de cosas pasan... el problema es que vamos a perder el vuelo a Chiang Mai, el Edo anda viendo qué onda. Mientras miro a la gente que me rodea y escucho su buena cumbia en el pendrive, siento que soy lejos la más tropical que hay acá, hasta que se nos acerca un moreno y nos cuenta que es colombiano.

Qué puedo decir por mientras. Ah! Hay una parte de Melbourne que me recuerda a Santiago, y aunque no explícitamente, uno igual se siente algo discriminado a veces, con algunas personas. Hay diseño, pero poco y probablemente focalizado en algunos lugares, tengo que buscarlo. Tengo ganas de teñirme el pelo, por lo que he visto acá se usa el pelo blanco con negro y los zapatos de bruja. No tengo ni lo uno ni lo otro. Tengo la ilusión de que alguien vea mis aritos y prendedores y quiera venderlos, pero es sólo una ilusión. Vi una peluquería y me dieron ganas de trabajar de lavapelo, pero igual necesito algo más de idioma.
He visto sólo un par de cosas que quisiera tener. Un bambi fucsia y unas cajas impresas vintage, ambos objetos cerca del mercado. Me interesa-urge ir a Ikea, apenas volvamos del sudeste asiático pretendo ir.
Aplicamos para un departamento en conjunto de edificios que se llama Unilodge. Nos gustó harto, ojalá que resulte. Es caro el arriendo, sale 340 dólares australianos a la semana.
Son las 14.05. Mejor ni miro la hora porque parece que el tiempo no pasara.
Los australianos manejan al revés, como los ingleses. Eso significa que en las calles el tránsito es todo raro y uno está en permanente peligro de atropello. Los semáforos cambian de verde a rojo de repente, y uno queda como idiota a la mitad de la calle sin saber qué hacer. Tienen sonidos para los no videntes, cuando está para cruzar suena "Chiú", como pistola de marciano y le sigue un golpeteo rápido tipo tap "pacapacapacapacapá"... al igual que el cambio de luz, se corta de repente y uno cree que la vida termina.
El jet lag es duro. Uno tiene un cansancio profundo y le entran ganas de dormir en cualquier parte.
El primer taxista que nos tocó era australiano y poco conversador. El indio que nos tocó en este pique hablaba hasta por los codos y tenía una risa como de cabro chico. Yo le entendía poco, pero el Edo dele con meterle cháchara.

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